Erich Fromm, el psicoanalista,
psicólogo social y filósofo humanista
Alemán dijo alguna vez, “El peligro del pasado era que los hombres
fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres se conviertan en
robots”, sin embargo y bajo el peso abrumador de la realidad, hoy en día
nos damos cuenta Fromm se quedó corto o fue muy optimista, pues en la
actualidad el hombre no sólo se ha convertido en un robot, sino que además sigue
siendo esclavo, esclavo del tiempo, que nunca es suficiente para dedicárselo a
su familia, para darle a su familia “todo” lo que necesita, para asegurar el “bienestar”
de su familia, para atender lo que es verdaderamente importante y olvidarse por
un segundo de lo urgente.
Hace ya algún tiempo mientras
trabajaba haciendo lo que todo psicólogo eventualmente tuvo, tiene y tendrá que
hacer que es seleccionar personal, quien fuera mi jefe inmediato y amigo me
dijo, “trabajo afuera hay para quien quiera trabajar, pero esposa sólo tengo
una”, refiriéndose a una situación en la que se había visto obligado a
renunciar a un muy buen puesto y aún mejor remuneración, precisamente por haber
sentido que el tiempo que le dedicaba a su familia y en especial a su esposa,
amenazaba con arruinar lo que era realmente importante para él, su familia.
Sin embargo cuantos de nosotros
tendríamos el coraje de hacer algo así, de decir “Hasta aquí nomás”, de mirar a
nuestro alrededor y disfrutar del milagro diario de la vida junto a los que nos
quieren. Con cierto beneplácito soy testigo de que ahora más que antes hay
algunos atrevidos que logran soltarse de las cadenas, sin embargo aún queda un
fuerte contingente que sigue inclinándose por lo urgente, olvidándose que al
final es la familia la que estará allí.
Pero además, hay otro motivo por
el cual el hombre es esclavo y robot, e intentaré graficarlo con una
experiencia sucedida hace un tiempo en una conocida cadena de cafeterías de la
capital, estaba yo sentado esperando a un cliente pues habíamos quedado en
encontrarnos para afinar algunos detalles de un negocio, cuando llegaron tres
chicas, calculo que la mayor de ellas debía tener no más de 16 años y las otras
dos andaban por allí, las tres llegaron muy sonrientes y con paso algo ligero,
se acomodaron en unos sillones que convenientemente estaban uno frente a otro,
digo convenientemente, pues ello facilita la charla y el intercambio de ideas,
sin embargo las tres chicas ni bien estuvieron instaladas sacaron cada una sus
modernos celulares e iniciaron una aparentemente muy interesante y divertida
conversación con alguien que, en principio yo asumí, se encontraría en otro lugar de la ciudad.
Sin embargo con el transcurrir de
la conversación me di cuenta que todas estaban conectadas con una misma
persona, la cual estaba charlando (chateando) con las tres, hasta ahí digamos
que no hay mayor novedad, sin embargo cuando presté atención ya más al detalle,
era obvio que la conversación también era entre ellas por los comentarios que
hacían, lo cual me pareció realmente triste y alarmante, básicamente porque
queda en evidencia el nivel de dependencia a las tecnología al que hemos
llegado, pero principalmente por esa incapacidad para establecer relaciones con
otro ser humano si no es a través de un teléfono, tablet, laptop o cualquier
otro aparato.
Así están las cosas, y des seguro
veremos muchos otros ejemplos de este proceso de “deshumanización” al que
según parece estamos condenados.
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