martes, 16 de agosto de 2016

A ver un caballero...

Viernes 7:00 p.m. Panamericana Norte, altura del óvalo de Puente Piedra, voy de sur a norte en mi combi, regreso a casa luego de un largo día y como de costumbre no logro encontrar asiento, así que caballero nomás, total el viaje no durará mucho (eso espero).

La combi avanza unas cuadras y sube un tipo de unos treinta y tantos con una niña de no más de 3 años en brazos, el tipo lleva cargada a la niña que va plácidamente dormida, en el otro brazo lleva una maleta que parece no ser muy pesada para un tipo de su contextura pero que dificulta que se pueda sujetar y pueda mantener el equilibrio.

Justo en ese momento me percato de que los asientos preferenciales están ocupados por personas de edad avanzada, y en los otros asientos solamente mujeres sentadas, bastante jóvenes a decir verdad, la mayoría en sus 30s, por lo que la cobradora se apresuró a decir: "a ver, algún caballero que le dé el asiento".

Aquí viene mi pregunta, ¿no se supone que hay igualdad de género?, lo digo porque una de las señoritas que estaban sentadas se paró de muy mala gana, renegando porque “ya no hay caballeros”, en realidad si había y varios, pero da la casualidad que estaban parados y los caballeros que estaban sentados era porque debido a su edad avanzada, debían estar sentados.

Yo soy de los que piensan que efectivamente, en una situación como la descrita debería ser un hombre (joven) el que ceda el asiento, sin embargo esto era un poco difícil si consideran que ninguno estaba sentado, motivo por el cuál, una de las señoritas era la indicada a levantarse, sin pataleta ni bronca que valga.

Creo que se trata de un tema de respeto, pues en más de una oportunidad he sido testigo de escenas como la descrita, en dónde simplemente no les da la gana de levantarse y cuando se les invita a hacerlo, se dan por ofendidas, como si por el simple hecho de ser mujeres la cortesía, la educación y los valores no tuvieran que ver con ellas.

Yo tengo una hija y si bien la trato como mi princesa, no es la princesa del cuento que tenga que esperar que venga el “hombre que la salve”, es la princesa que se vale por sí misma, que sale adelante sin que tenga que depender ni económica y mucho menos emocionalmente un “pelotudo” que le pueda cortar las alas. Quiero criar una mujer, que no se escude en su condición de mujer para victimizarse y andar por el mundo dando lástima a los demás, que por el contrario, demuestre que las mujeres son en muchos (muchísimos más bien diría) casos más fuertes que cualquier hombre.

En resumen, quiero criar una mujer de verdad, que no espere que sea el hombre el que se pare del asiento, que sea ella con sus acciones la que inspire respeto hacia ella, como un ser humano más allá de su género, opción sexual o cualquier otro criterio.

martes, 5 de julio de 2016

Personal de "confianza".

De un tiempo a esta parte estamos siendo testigos de muchos cambios en las organizaciones, en muchos y muy diversos aspectos las empresas de hoy en día no son las mismas que hace quince, diez o siquiera 5 años, pero los cambios no han sido solamente a nivel estructural, sino también en conceptos antes entendidos claramente y ahora manejados por algunos en acepciones poco acertadas o desafortunadas.

Uno de estos conceptos es el conocido como “personal de confianza”, según la legislación peruana son trabajadores que se encuentran en una situación particular en la que son susceptibles de “perder” la confianza que se depositó en ellos y por la tanto ver extinguido su contrato sin más trámite que la invocación por parte del empleador.

Quienes se desempeñan en estos cargos, usualmente cumplen funciones estratégicas en la organización o institución en la que laboren, lugares a los que seguramente llegaron por decisión de su jefe directo y no por las vías “regulares” como podría ser por ejemplo en el sector público por un concurso público.

Hasta ahí todo bien, sin embargo, esta figura de “personal de confianza” algunos lo han tomado como aquel trabajador que mantiene al jefe al tanto de cuanto chisme ocurra en la organización, es por lo general el más “franelero” o “sobón”.

En algunos casos esta figura se agrava, pues el mencionado “personal de confianza”, en contradicción con aquella figura de ser una persona estratégica en la organización ya sea por sus cualidades y/o habilidades, preparación, experiencia o expertise en algún tema, no es más que un bueno para nada, sin oficio ni beneficio, que está ahí por motivos que son totalmente ajenos a mérito alguno y que para no herir susceptibilidades dejaré a criterio del lector decidir cuáles podrían ser esos motivos.

Tema aparte es el relacionado a los efectos nocivos de este tipo de “personal de confianza”, pues uno de los elementos fundamentales en una organización, como lo es el clima laboral y cada uno de sus componentes (comunicación, trabajo en equipo, satisfacción laboral, motivación, etc.) se ven seriamente afectados, pues el personal competente ve con mucha frustración como alguien que no reúne los requisitos mínimos para ocupar el puesto "se la lleva fácil", incluso en ocasiones a costa de ellos.

Si pues, las cosas cambian, las organizaciones inteligentes cambian para subsistir en un mercado cada vez más competitivo y en el cual, el que se duerme, pierde. Pero lamentablemente esos cambios no siempre terminan siendo para bien y en ocasiones no son precisamente muy inteligentes.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Treinta y tantos en la red

Es muy curioso ver la cantidad de fotos, artículos, gifs (creo que así se dice) y demás monerías que la gente de mi generación (casi cuarentones) comparte en las redes sociales añorando los tiempos en los que los amigos se hacían en la calle, en la que no éramos esclavos de nuestros smartphones, de aquellos tiempos en los que cuando salías de tu casa ya no te podían ubicar si no hasta que regresaras y a nadie le daba un infarto ni sufría una embolia, esas viejas y doradas épocas en las que no necesitábamos ir contándole a todo el mundo cada paso que damos.

Pues entérense "Pulpines", hubo alguna vez un tiempo en el que los teléfonos servían únicamente para hablar por teléfono con otra persona, para absolutamente nada más.

Esos mismos cuarentones, que nos jactamos de haber sobrevivido a cosas como tomar agua del grifo, salir todo el día a jugar con nuestros amigos en la calle, inventar nuevos y divertidos juegos que desarrollaban nuestra creatividad y sabe cuanta pelotudez más.

Bueno, esa misma generación es la que no puede dejar de publicar en Facebook, Twitter, Instagram y cuanta red social encuentren la nueva hazaña de alguno de sus hijos, o el juguete nuevo (auto) adquirido con tanto esfuerzo, ni pueden dejar pasar la oportunidad para contarle al mundo entero cuan enamorados están y llenar sus respectivos muros de cojudeces.

Esa es la misma generación que le compra una tablet a sus hijos menores de 10 años (mucho menos en algunos casos) y manda a sus hijos al colegio con smartphones, y artilugios de tecnología avanzada, tan avanzada que ni ellos mismo saben como utilizarlos.

Pero recuerden, como decía alguna publicación que me hicieron llegar, nosotros somos sobrevivientes de un tiempo en el que nuestros padres hablaban con nosotros, una época en la que se cenaba en la mesa con toda la familia sin televisores, ni teléfonos, a lo más el periódico de papá y punto. Si realmente somos tales sobrevivientes y añoramos tanto esa vida, ¿por qué no le damos esa oportunidad que nosotros tuvimos a nuestros hijos?, ¿por qué les negamos la posibilidad de crear y de creer que existe vida más allá de la pantalla de una tablet o un smartphone?

jueves, 3 de marzo de 2016

Aprendiendo a ser miserable

Hace algún tiempo aprendí que los problemas son tan grandes como se los permitas ser, que con una actitud mental positiva los problemas no desaparecen, pero al menos tenemos más oportunidades de abordarlos de forma exitosa.

En más de una oportunidad he comprobado que la tan mentada "Ley de Murphy", aquella que dice que si algo puede salir mal, saldrá mal, no es más que una programación que hacemos de nuestros cerebros para predisponernos a todo lo malo que pueda ocurrir. Esta predisposición o autosugestión es tan potente, que incluso cuando nos llegue a pasar algo bueno, la reacción es negativa, de incredulidad o va acompañada de un sentimiento de culpa que no hace pensar "esto es demasiado bueno, qué de malo me irá a pasar".

Por alguna razón hay personas que tienen una marcada inclinación por el dolor, por el sufrimiento y la pena, curiosamente estas personas son en su mayoría, personas que nunca pueden surgir, difícilmente triunfan en la vida, viven constantemente quejándose de su mala suerte o culpando a los demás por las cosas que les pasan, ellos siempre son las "víctimas" de las circunstancias, el mundo no los comprende o el universo la trae contra ellos, como quiera que sea siempre tienen (o la encuentran) la excusa perfecta para sentirse y ser miserables.

Me pregunto, si ello tiene que ver con una desesperanza aprendida, con un sentimiento de inferioridad transmitido de padres a hijos y a los hijos de estos y así sucesivamente en una interminable cadena de miseria y pobreza, pero de la peor pobreza que puede afectar al ser humano que es la pobreza de espíritu, aquella pobreza que no está en los bolsillos, si no en las mentes de las personas y que no les permite crecer.

Por lo que fuere, un buen amigo me dijo, mientras más lejos quieres los problemas, más se te acercan, y algo de razón tiene, pues si lo piensan bien, cuando una persona que se programa para lo malo tiene un problema, se concentra en el problema y no en las posibles soluciones.

Y tu, si tu, ¿a cuantos "Don Pésimo" conoces?, ¿eres uno de ellos?, si no sabes cómo puedes hacer para descubrir si eres de las personas que se programan para lo malo, justo ahora, si ahora que estás leyendo esto hazte la siguiente pregunta: ¿Cuantas cosas buenas te han pasado desde que empezó el día? si la respuesta es cualquier número mayor al número de horas transcurridas en el día, alégrate, vas por buen camino, por otro lado si el número es menor, probablemente estés camino a convertirte en "Don Pésimo", sin embargo si ya terminaste de leer este post y aún no puedes encontrar una cosa buena, lamento decirte que ya eres uno de ellos. Pero no te pongas mal, estás aún a tiempo de cambiar ello, depende de ti y de tu actitud.